El verdadero periodismo debiera representar el antipoder y no convertirse en relacionador público del poder de turno. Sin embargo, junto con la proliferación de escuelas de periodismo en nuestro país y más de un millar de egresados por año, con el consecuente incremento de “cesantes ilustrados”; la concentración económica y mediática del duopolio Mercurio-Copesa y escasez de diarios, radioemisoras, canales de televisión y revistas independientes, quienes ejercen ese noble y desprestigiado oficio están obligados a sobrevivir a como de lugar, y obtienen sueldos miserables o intentan llevar dignamente su profesión en medios que no pueden pagarles. O se dedican a otras tareas más rentables.
Históricamente, Chile ha contado con buenas plumas y pocos medios, aunque en estas últimas décadas se ha visto un deterioro progresivo del periodismo de calidad, y la farándula ha copado todos los espacios posibles.
Otro de los factores que influyen en este proceso de degradación es la autocensura de quienes debiesen informar veraz y oportunamente, sea por carecer de libertad para expresarse o bien por consideraciones ideológicas, filosóficas, de principios o bien por conservar la pega.
En ese contexto, el periodismo chileno y latinoamericano ha utilizado tintas diferentes cuando de hablar u opinar de dictaduras. No es lo mismo criticar a las dictaduras de la década de los años setenta en el Cono Sur que referirse a la situación de Cuba. No da igual la represión que ha ejercido el gobierno chino, el norcoreano, la ex Unión Soviética, la RDA o, en su tiempo, el Pol Pot, pues existen matices que el periodista añade o elimina.
Sin ir más lejos y tras el golpe de Estado, mientras muchos compatriotas, entre ellos algunos profesionales de las comunicaciones, debieron buscar asilo en países del Este europeo o en países de América Latina donde el respeto por los derechos humanos, la libertad de reunión, expresión o culto han sido reprimidos, pocos de ellos alzaron su pluma en defensa de esos derechos conculcados.
Rol de la prensa libre
Por estos días –malintención política de por medio o no- han comenzado a quedar al descubierto hechos irregulares cometidos por personeros vinculados a los gobiernos de la Concertación, en particular al de la ex presidenta Bachelet, para festín de la derecha y sus medios que contrasta con el silencio de los supuestos responsables. Y el periodismo libre otorga.
Indagatorias que lleva el fiscal Claudio Peña relacionadas con el uso de recursos destinados a Programas Antidelincuencia en la División de Seguridad Pública del Ministerio del Interior, darán mucho que hablar. Entre otras cosas, debido a la actitud censuradora y casi matonesca de funcionarios que obedecían las órdenes del ex subsecretario del Interior, Rosende.
Ese caso encierra aristas que ofrecerán argumentos al actual gobierno para denostar a Michele Bachelet y a varios de sus más cercanos colaboradores, tales como las escuelas preventivas de fútbol donde el Círculo Social y Mutualista de ex Jugadores Profesionales, que dirige Humberto “Chita” Cruz es mencionado.
La ex directora de Seguridad Pública, Gloria Requena, efectuó las denuncias pertinentes ante la Contraloría. Fue despedida de su cargo junto a Carmen Gloria Cornejo y su equipo de Auditoría. Y no sólo eso: mediante un correo electrónico, se les prohibió el acceso a determinadas oficinas del ministerio.
Los afectados enviaron una carta fechada el 8 de marzo y dirigida a la entonces presidenta Bachelet. Jamás hubo respuesta.
Recursos importantes habrían sido otorgados a Ong:s e instituciones proclives al gobierno anterior, y hasta determinados parlamentarios concertacionistas, hoy en ejercicio y que también ocuparon cargos relevantes, fueron objeto de aportes económicos en las postrimerías del último gobierno del arcoiris o bien para financiar sus respectivas campañas.
Esos casos deben ser investigados por los tribunales respectivos y ventilados, en forma decidida y valiente, por quienes consideran que el periodismo y el periodista posee un único capital: su credibilidad.
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