Paralelamente con el anuncio de la venta de Chilevisión –que reportó a su dueño, el presidente de la República, más de 80 mil millones de pesos, que se suman a los otros miles de millones obtenidos hace algunas semanas con la enajenación de clínicas, empresas y distintas proiedades- Piñera firmó en días pasados tres proyectos de ley que apuntan -según dijo- a incrementar la participación ciudadana y a profundizar la democracia chilena.
La venta del canal de televisión, que por lo demás fue adquirido por Sebastián Piñera en 25 millones de dólares, en 2005, y hoy su precio de venta asciende al mismo monto que involucra el intercambio comercial entre Pamamá y Canadá; es decir, cerca de 140 millones de dólares, encierra clásulas aún desconocidas, pero que llaman la atención hasta de los más ignorantes, ya que al menos parte de la plana mayor de Chilevisión, y por ende cercanos a Piñera, pasará a formar parte de la dirección del nuevo canal. Algo así como cuando el dueño del la empresa le dice a su primogénito: “hijo mío, tú vas a empezar como yo, desde el principio, así es que comenzarás como gerente general de mis empresas”.
Inscripción automática y voto voluntario, derecho a sufragio para chilenos que vivan en el extranjero y modificaciones a la ley electoral para erradicar la arcaica costumbre de separar lugares de votación para hombres y mujeres, cayeron, seguramente, como una bomba en las huestes concertacionistas y del marquismo, autores originales de esa y otras propuestas que quedaron en eso: propuestas; y que sin embargo, el primer gobierno de derecha que ha llegado al poder en forma democrática después de 50 años, logró plasmar en la agenda legislativa, a 60 días de asumir el poder político.
Las banderas de lucha de la izquierda o de su sucesora, las “fuerzas progresistas”, han sido sistemáticamente arrebatadas de manos de los “representantes del pueblo”, fiel al programa de “desalojo” que alguna vez planteó Andrés Allamand.
Si en su anterior versión, la derecha chilena propició el desalojo con la mano del gato, utilizando bien al latifundio, bien al militarismo policial , bien a la Democracia Cristiana, el fenecido Partido Nacional u otras fuerzas, la teoría allamanista rindió sus frutos: hoy es políticamente mal visto tanques en las calles, rectores delegados en las universidades, aplicación de corriente en los testículos y pezones civiles y violación de los derechos humanos avalados por la prensa oficialista, mercurial, Opus Dei y católica.
La derecha local – que en algunos países de Europa se asemeja más a la socialdemocracia y en Chile al fascismo-estalinismo- asesorada por algunos cerebros provenientes de sus universidades privadas y tránsfugas concertacionistas, se dio cuenta que a la izquierda no bastaba con asesinarla; había que vaciarla de contenidos, tal como reemplazan en las vidrieras de Patronato el algodón colombiano por baratijas asiáticas.
Hoy la derrota es una mescolanza entre racional, farandulera, política y económica la que rige: someter al pueblo, a fuerza de matinales, telenovelas, yingos, sueldo bajos y bailes reaeggetoneros, para que esa subversión que alguna vez reunió a cientos de miles en las alamedas de Chile, hoy se multiplique cada fin de mes tratando de repactar la deuda con sus tarjetas de crédito en las multitiendas, farmacias, bancos, financieras y supermercados. Y eso que Wall Mart recién se suma a la oferta.
Acaloradas discusiones y peleas en el congreso, intentan, de alguna forma, justificar el trabajo que muchos parlamentarios de la Concertación no hicieron en su momento, pese a jugosos sueldos, dietas y prebendas, y aunque en ocasiones sí fue el “quórum” el que faltó para aprobar leyes que beneficiaran a la clase trabajadora o al estudiantado, a las etnias que conforman este país o deudores habitacionales, no hubo el coraje suficiente o primaron la negociación, la ingeniería política y el oportunismo.
¿Y el pueblo..?
Al parecer, Piñera sí cuenta con algunos asesores a quienes escucha, y seguramente tanto el presidente así como sus consejeros políticos han sabido rescatar lo mejor de los últimos gobiernos concertacionistas en cuantro a leyes y proyectos, conservando lo medular de las propuestas del conservadurismo, fórmula que podría acarrearle réditos a un Sebastián Piñera que baja en las encuestas y que deberá enfrentar el crudo invierno que se avecina, con lluvia sobre carpas y mediaguas; infraestructura en el suelo e índices de cesantía que preocupan al gobierno y a las personas.
Tampoco se puede ignorar la indiferencia del pueblo, la gente o como quieran llamarle: esa masa gris que, por lo general intuye pero no siempre comprende; que es tanto o más consumista y hedonista que la clase media y alta, aunque se endeude por dos generaciones; que no apaga la telenovela ni el matinal desde que éstas comenzaron a verse en blanco y negro en Chile y que, lo más seguro, continúen viéndolas en algún plasma cuando tengamos televisión digital.
Ese pueblo, salvo las raras excepciones de siempre, no salió a la calle a exigirle a la Concertación los cambios necesarios. Ese pueblo no quemó buses, ni puso bombas molotov, ni se fue a paro general, ni gritó en las calles, en las micros ni en las puertas de los bancos, supermercados y farmacias. Porque esa enorme masa sigue, embelesada y sin dudar, al flautista de Las Condes.
Sólos estudiantes y algunas organizaciones y colectivos, desde hace años, han mantenido una visión más crítica y actuado en consecuencia. El resto está más preocupado hoy que puedan solucionar, en el caso de las miles de familias damnificadas por la reciente catástrofe natural, el tema del techo y el alimento. Otra gran porción de chilenos, chilenas y chilenitos en desarrollo, espera que empiece el campeonato mundial de fútbol para enarbolar la bandera del chauvinismo representado en una balón y un puñado de jugadores, que serán elevados al Olimpo de los héroes o terminarán animando futuras teletones y programas de farándula.
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