La detención de un joven ciudadano pakistaní en días recientes en Santiago, sospechoso de pertenecer a una red de terroristas de origen islámico y quien, además, habría visitado voluntariamente la embajada de Estados Unidos de Norteamérica para efectuar trámites consulares, donde fue aprehendido, situó a Chile en la mira de millones de personas alrededor del mundo.
A Muhammad Saif Ur Rehman, pese a que no fue sorprendido en nigún tipo de acto que indujera a pensar que planeaba un atentado, se le aplicó inmediatamente la ley antiterrorista, instrumento jurídico que permite a las autoridades locales mantener detenida e incomunicada a cualquier persona por un determinado plazo mientras se indague el caso.
La verdad es que, a juzgar por la rapidez con que el gobierno norteamericano fue informado, tal plazo permitiría a agentes estadounidenses obtener mayores datos acerca del sospechoso y trasladarse a Chile.
Según la policía chilena y guardias de seguridad de la representación diplomática norteamericana, equipos altamente sofisticados instalados en la legación habrían detectado algún tipo de sustancia explosiva tanto en el celular como en las prendas de vestir que Muhammad llevaba consigo el día de su arresto.
En ese contexto, el propio embajador de Pakistán en Chile señaló que “tendría entronces que tratarse del peor terrorista del mundo si acude a una embajada que sabe está muy resguardada llevando consigo algo sospechsoso”.
La verdad es que, en este tipo de situaciones, cabe preguntarse si todo se trata de un malentendido, un error más de las agencias secretas y de seguridad tanto nacionales como internacionales; una forma de encubrir algún otro ilícito cometido en algún lugar o, simplemente, crear un conficto artificial para distraer la atención de la prensa chilena respecto de otros temas muy vigentes pero que periódicos, diarios y canales de televisión no difunden como es debido: el fracaso del gobierno chileno en cuanto al tipo de soluciones ofrecidas a los damnificados por el terremoto de febrero; las acusaciones de abusos sexuales en contra del cura Karadima y otros sacerdotes católicos o el envío de uranio, desde bodegas secretas ubicadas en nuestro pais, al país del Norte.
Lo grave sería –además de comprobarse que, efectivamente el joven estudiante de gastronomía era un terrorista- que Muhammad Saif formara parte de una intriga manejada por hilos invisibles y que, repentinamente, cayese abatido por un rayo, mordido por una araña de rincón o arrollado por un conductor ebrio, de oscuro pasado y que también falleció en el infortunado accidente de tránsito, sin que nadie resultara responsable.
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