Hace algunos años, y mientras me encontraba en el extranjero por un tema laboral, leí en Internet un debate que se gestó en Chile debido a que el periodista Amaro Gómez-Pablos conduciría el noticiero del canal donde trabaja. Entre los distintos argumentos esgrimidos en pro y en contra de tal nominación, hubo algunos que me llamaron la atención, los cuales tenían que ver con su marcado acento español, su escasa relación con nuestro país o bien que había muchos otros profesionales nacionales que debían acceder en forma prioritaria a ese cargo, entre otros factores, pues los connacionales tendrían más derecho a ejercer esas labores.
En la ocasión, participé en el debate apoyando decididamente a Amaro en su condición de periodista, pues las aseveraciones o postulados de algunos de los opinantes me sonaron a xenofobia, chauvinismo, patrioterismo y hasta envidia, y no me arrepiento de haberlo hecho pues también he sufrido en carne propia la discriminación en otras latitudes por mi calidad de extranjero o inmigrante, así como hoy, en Chile, se discrimina negativamente a peruanos, boliviamos o ecuatorianos.
En lo personal, discrepo profundamente de cualquier prejuicio, sea éste racial, de género u opción sexual, nacionalidad, creencias religiosas o de cualquier índole, y respeto a las personas que, indistintamente de su procedencia, postulen a empleos en cualquier lugar del mundo.
Dicho lo anterior, queda claro que si estimé pertinente, en su momento, entregar mi adhesión al periodista de TVN, no tengo anipatía a nadie debido a su acento o color de piel, entre otros factores, sí críticas acerca del desempeño profesional hoy de Amaro Gómez-Pablos y otros profesionales de las comunicaciones, en particular los de televisión.
Saco a colación a Amaro debido a sus declaraciones recientes, donde señala que determinado minero, rescatado desde la faena en Copiapó, habría pretendido cobrar por una entrevista. En ese contexto, Gómez-Pablos expresó “me parece increíble que un hombre que ha vestido el uniforme de nuestro ejército no tenga la decencia de agradecerle al país gratuitamente ante las cámaras todo lo que se ha hecho por ellos”.
Casi con estupor, leí lo expresado por el conductor del noticiaro central del “canal de todos”, el mismo que censura y se autocensura; que omitió, invisibilizó y tergiversó la huelga de hambre de comuneros mapuches al tiempo que difundía profusamente imágenes truculentas de la tragedia minera, haciendo gala de pornografía social al mostrar a las familias de los trabajadores atrapados mientras comían, lloraban, rezaban o iban al baño, pues eso es lo que vende.
Amaro Gómez-Pablos, al igual que una buena parte del periodismo criollo, disfrutó de aquellos detalles que “sazonan” una noticia: el llanto y la emoción fáciles, el hurgar en la vida privada de las familias sin pudor ni rigor periodístico alguno, demostrando que él sí es el “rostro” de la telebasura, del amarillismo, de aquella prensa que tanto daño le hace a tan noble oficio.
El mismo periodista, cuando el terremoto de febrero último devastó algunas ciudades del país, no dudó –custodiado por policías- en delatar en cámara a determinadas personas que aprovecharon la confusión para saquear supermercados. Los mismos supermercados y farmacias o bancos que, a diario, meten la mano en el bolsillo de las personas, en especial las más desvalidas. En esos instantes, de alto rating, Gómez-Pablos jugó el rol del moralista, del policía, y no el que le compete a un periodista.
Duro con los más débiles
En otras ocasiones, tanto Gómez-Pablos como otros periodistas han festinado con la detención de rateros o delicuentes de poca monta, ingresando a sus viviendas junto a fuerzas policiales, sin respeto alguno por la intimidad de esa gente, sean culpables o no, pero jamás le he visto tan adrenalínico cuando de personas influyentes que han cometido delito se trata.
El, así como otros “colegas”, no han vacilado en tratar de “antisociales”, “anarquistas”, “terroristas” o “vándalos” a personas que, integrando movimientos sociales, agrupaciones o colectivos, se han visto involucradas en hechos de violencia, enjuiciándolas “a priori”, sin derecho a defensa pues no cuentan con todo el respaldo comunicacional ni el aparataje del Estado y las policías.
En su crítica a aquél minero que intentó cobrar por una entrevista, hecho por lo demás válido si se considera cuánto dinero han ganado las empresas periodísticas a costa de esa y otrs tragedias, Amaro Gómez-Pablos argumentó que ese trabajador carecía de decencia “más aún cuando había vestido el uniforme militar”. Todavía no entiendo la relación, pues habiendo militares, bomberos, policías, vendedores ambulantes y locutores honestos, también los hay deshonestos, brutales, abusadores y corruptos.Y hasta criminales.
El mismo comunicador social no cuestiona, por ejemplo, el hecho que Cecilia Bolocco o cualquier otro personaje de la farándula exiga 100 o más millones de pesos por una entrevista y/o animar un festival de la canción, o que policías asesinen por la espalda a comuneros mapuches, o que determinados ministros del actual gobierno hayan tenido vinculación con la dictadura cívico-militar.
El caso de los 33 mineros no sólo sirvió al actual inquilino de palacio para elevar su popularidad –si hasta evaluó el descender, disfrazado de minero-rescatista-semidiossalvador- a las profundidades de la mina, sino también para demostrar que la clase de periodismo y periodistas que hoy ejercen en Chile han confundido su rol primario, optando por la vía más fácil, acríticos, serviles al poder de turno, cual meros relacionadores públicos del poder.
Cada vez que gente pobre, sin conexiones y vulnerables se ven involucradas en cualquier hecho que pueda ser noticia, se desata una verdadera cacería a cargo de esa jauría llamada periodistas, cuyo principal objetivo, la mayoría de las veces, es subir el rating, asegurar la pega y obtener sus 15 minutos de fama, y en ese sentido, este conductor de TVN se lleva varios premios.
Cuando se trata de indagar en las redes ocultas del poder, en cubrir situaciones de verdadero interés para crear opinión, debatir o mejorar las condiciones de vida de las personas, a través de la información, esos “rostros” brillan por su ausencia, creando malestar en la comunidad, lo que se ha visto reflejado en más de una agresión a la prensa durante manifestaciones recientes, muy distinto a lo que ocurría hace un par de décadas en Chile, cuando la presencia de quienes ejercíamos el periodismo durante protestas contra un régimen oprobioso, podía significar la diferencia entre la vida y la muerte para quienes resultaban detenidos.
Felizmente, existen medios de comunicación alternativos, tanto en radio como en televisión y periódicos, y siguen incrementándose, para combatir la desinformación del duopolio Mercurio-Copesa; de los canales de televisión y de aquellos que ostentan el título de periodistas pero están dispuestos y disponibles mientras engrosan su billetera.
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