En su reciente periplo por algunos países europeos –que quedará en la memoria por el papelito enviado por los mineros que Piñera mostró en cada escala- el presidente hizo gala de un desplante mediático que, en reiteradas oportunidades, le ha jugado malas pasadas, y dejado entrever que el “nuevo estilo de gobernar”, muchas veces lo convierte en el hazmereir de gobiernos y ciudadanos. Además de lo anterior, tanto él como algunos de sus ministros demuestran una retórica populista, vacía de contenidos, pobre en el lenguaje y carente de cultura general, requisitos mínimos para un gobernante o cualquier cargo público relevante
El último chascarro presidencial tuvo lugar en Alemania, cuando Piñera fue invitado a firmar el libro de oro, reservado para visitas ilustres. Junto con estampar un saludo y la rúbrica obligatoria, el jefe del Estado preguntó al embajador chileno en ese país cómo se escribía –en alemán- la tristemente célebre frase “Deutchsland Über Alles” (Alemania por sobro todos) utilizada por la maquinaria de propaganda nazi en el período más oscuro de la historia germana y europea, que es un párrafo del himno nacional de ese país y que aludía a la unión de las ciudades-estado a mediados del siglo 18, prohibida tras el término de la segunda guerra mundial debido a su connotación expansionista.
Pues bien: el gobierno de la canciller Merkel, reaccionó de inmediato, eliminando del mencionado libro protocolar tanto el mensaje así como la firma del presidente chileno, hecho que ha sido noticia por estos días en Berlín y otras capitales del viejo mundo. No podía esperarse otra cosa en una nación que tardó muchos años en recuperar su sitial en Europa y el respeto de las democracias modernas.
A modo de analogía, es comparable a que algún dignatario extranjero visitase nuestro país y dejase en el libro de visitas escrita aquella estrofa del himno nacional que comienza con “vuestros nombres valientes…”
En artículos y reportajes publicados en Europa y América Latina, se entrega un perfil de Piñera en el que abundan comentarios respecto de sus equívocos, los cuales tienen directa relación con su calidad de tecnócrata educado en universidades chilenas y norteamericanas, cuyas habilidades para los negocios y la especulación nadie las niega, así como tampoco su ignorancia en demasiadas áreas.
Hace no mucho, en Chile, el presidente Piñera afirmó que Róbinson Crusoe había vivido “largos y penosos 4 años en la “isla” Juan Fernández –que es, en verdad, un archipiélago- y Crusoe, un personaje ficticio de la novela más famosa del escritor Daniel Defoe, publicada en 1719, y quien se basó en historias reales que le ocurrieron a los navegantes Pedro Serrano y Alexander Selkirk.
También el mandatario confundió el árbol sagrado de la etnia mapuche –el canelo- con el laurel, cambió el nombre de la ola gigante que devastó pueblos enteros de maremoto a “marepoto”, y hasta su versión nipona, que pasó a llamar “tusunami”; “mató” a Nicanor Parra mientras éste último aún respiraba, durante la inauguración de la feria del libro en Plaza de Armas, en Santiago e indicó “me alegro mucho que esté descansando en paz”, con ocasión del deceso de la ex ministra de justicia de la dictadura militar Mónica Madariaga.
La lista de errores –sumado a su verborrea populista, con frecuentes invocaciones a Dios, la fe y los milagros cada tres párrafos en sus discursos, casi como en una carrera por arrebatarle al ex presidente George W Bush el cetro de mandatario-predicador, no pasa desapercibida, ni siquiera entre los animados asistentes a las fondas del 18 de septiembre último, donde improvisó una paya diciendo que Eva Von Baer –su vocera- “está bien güena”, típico del empresario o dueño de fundo a sus empleados, donde el ninguneo forma parte del (mal) trato verbal.
Entre sus más cercanos colaboradores y del gabinete sobran quienes poseen un pésimo lenguaje, se manejan con unas pocas palabras y abusan de muletillas o frases sin coherencia alguna en castellano; para muestra, el ministro de energía, varios gobernadores y subsecretarios, quienes seguramente cursaron su enseñanza media en colegios y hasta universidades privadas u ostentan apellidos representativos de grandes consorcios y empresas, pero seguramente, si habrán leído una estampilla en su vida es mucho.
En definitiva, quienes hoy gobiernan pertenecen a la clase dominante en Chile, la misma que pese a pronunciar –a diferencia de la clase dominada o proletariado- la “t” o “ch” de forma diferente al resto, no se distingue precisamente por su bagage cultural, aun teniendo los recursos económicos para hacerlo.
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