En días recientes, la prensa europea acuñó el término “pigs” (cerdos, en inglés) al referirse a los países anteriormente mencionados (Portugal, Italia/Irlanda y Grecia) y que simbolizan el preludio de una posible debacle económica con fuertes recortes sociales, como es el caso de España, donde el presidente del gobierno, José Luis Rodrígues Zapatero, se atrevió a realizar lo que nunca antes se hizo ni siquiera bajo el mandato del derechista Aznar: rebajar sueldos, congelar pensiones, retirar el apoyo que se otorgaba por nacimiento de hijos y un sinfín de otras medidas que encendieron las alarmas en los sindicatos tras una reunión en el Palacio de la Moncloa, en Madrid.
Pese a la millonaria inyección de Euros que el país helénico obtendrá tanto de la Unión Europea como del Banco Mundial y otras instituciones, para contener una avalancha imparable de quiebras de empresas, fuga de inversiones y de capitales, desempleo y término de redes sociales que protegan a los más desposeídos, el temor amenaza al igual que las cenizas de ese volcán Islandés cuyo nombre es imposible de pronunciar.
Paralelamente con la tragedia griega –país manejado política y económicamente por 3 familias: Papandreou, Karamanlis y Mitsotakis- los europeos del norte, Inglaterra y Alemania incluidas, se habían mostrado reticentes a otorgar ayuda financiera al gobierno de Atenas, habituado a manejar una sociedad clientelista en la cual los detentores del poder se ayudan mutuamente.
Corrupción política y autos de lujo
A decir de un estudioso sueco, que vaticina el fin del paneuropeísmo –y por ende de la moneda única e infinidad de convenios y acuerdos de toda índole- y cuyo punto de partida sería la presente crisis, “en esa sociedad clientelista, los políticos o los partidos compran apoyo a través de prometer a sus clientes devolver favores políticos mediante subsidios, trabajos, nombramientos en cargos públicos o contratos con determinadas empresas, lo cual conlleva a una espiral de corrupción incontenible y difícil de manejar pues está arraigada, inserta, en los genes sociales, políticos y culturales de una nación que formó a la cultura Occidental”.
En ese contexto, y tal como sucede en Chile y muchos otros países latinoamericanos y unos cuantos de Europa, (para no mencionar Africa, donde sistemas políticos corruptos darían material para unos cuantos tratados de como no ejercer el poder) la creación de empleos en el sector público se ha utilizado como una forma de contener el desencanto social. En Grecia, donde los índices de inflación y desempleo superan hoy con creces a los del resto de Europa, dinero hay, aunque en un acotado sector de la sociedad. Claro ejemplo es la cantidad de automóviles de lujo inscritos en los últimos años.
Otra pesada carga es la elusión y evasión de impuestos en Grecia, disfrazada, a veces, de “depreciación acelerada”, y que permite a unos pocos y a empresas locales y extranjeras, enriquecerse sin dejar recursos para mejorar las condiciones de vida de quienes producen esa riqueza: los trabajadores y trabajadoras.
Estudios recientes estiman que, además de la corrupción, la economía subterránea e informal representa el 30 por ciento de toda la economía griega, y el ciudadano de a pie, desde hace décadas, no confía en sus autoridades políticas, lo cual debilita a las instituciones democráticas. Paradojalmente, en la mismísima cuna de ese sistema de gobierno, uno de los mayores legados de esa antigua cultura al resto del mundo.
Xenofobia y racismo
Prácticamente a diario, y desde hace ya varios meses, miles de personas salen a las calles a manifestar su repudio a los responsables de la crisis; y los sindicatos, así como los estudiantes, exigen que la carga de esa crisis debe, al menos, ser compartida por los más ricos.
Economistas con diferentes ópticas y escuelas han señalado que lo que acontece en Grecia ha sido el mejor ejemplo de la peor forma de administrar recursos por parte de un Estado después de la segunda guerra mundial. Ni el “crash” ruso de 1998, o el colapso financiero argentino de 2001, “corralito” incluido, acarrearon tantos efectos negativos, y de no hacerse reformas profundas a la brevedad, es inminente el colapso de una parte del sistema bancario europeo.
La xenofobia (palabra griega que significa temor al extranjero, al afuerino, al extraño) así como el racismo han aumentado notoriamente en casi toda Europa, y en los muros de Berlín, París o Londres los rayados con la palabra “pigs” tienen una doble connotación y se refieren, peyorativamente, tanto a los inmigrantes de países del sur europeo radicados en el norte del viejo Continente como a las debilitadas economías y gobiernos de países del sur.
En Islandia, que también estuvo al borde de la quiebra y obtuvo un salvavidas económico del FMI, la Unión Europea y el Banco Mundial, evitando así que los rusos adquirieran ese territorio haciéndose cargo de la deuda, el gobierno optó por devolver los dineros ahorrados en los bancos en quiebra solamente a sus propios ciudadanos, ignorando a los acreedores de otros países, para enojo de éstos últimos. Luego vino lo del volcán impronunciable y el caos aéreo; y en Reijävikk, capital de Islandia, circulan hoy dos chistes a través de internet, burlándose del resto de Europa:
“Kiss my ash…”.(por lo de ceniza), y también, “mi último deseo es que mis cenizas se esparzan por toda Europa”.
Es de esperar que, en el caso griego, sea más la contaminación cultural, filosófica, política y humanista de los antiguos la que prime por sobre la avaricia y el afán de lucro de quienes tienen a ese bello pueblo al borde del abismo.
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