Recientemente, y por primera vez en la historia de la medicina, se realizó exitosamente un transplante de cara completo. Una clínica de cirugía plástica, en Barcelona, España, creó a la perfección un nuevo rostro a un paciente que sufrió un accidente carretero.
Sin duda, la intervención abre nuevas posibilidades a la humanidad, pues millones de personas alrededor del mundo podrían hacer uso de este avance de la ciencia.
En Chile, por ejemplo, habría muchos interesados en probar ese tipo de innovación, en particular algunos políticos y empresarios y empresarios-políticos.
En la clase política, que cuenta con recursos económicos para costearse tal retoque, además del viaje a Europa, la estada, alojamiento, comida y otros gastos, debe haber interés. Y necesidad.
Vamos a suponer que el diputado Fidel Espinoza quisiera reforzar su propuesta de flexibilizar la jornada laboral y de estudio para que miles de ciudadanos tengan la oportunidad de disfrutar los partidos de La Roja durante el próximo mundial de fútbol. Tras un corto periplo a la Ciudad Condal, Espinoza podría retornar al país con una reluciente cara de pelota. Lo más probable es que la aceptación sea transversal, tan común en nuestros días.
Otro de sus colegas, el diputado Pepe Auth, podría afinar la puntería y pedir a los galenos catalanes la implantación de un mix de caras: un poquito de nariz tipo Tohá, frente de Lagos y labios de Díaz, por ejemplo; así refunde, en un mismo rostro, distintas sensibilidades y todos felices. Claro que tendría que sacarse el sombrero para que no lo reconozcan.
El cura Kadima es carta segura al transplante, así como varios parlamentarios vinculados a la Udi y Renovación Nacional, que frecuentan la parroquia de El Bosque junto a lo más granado de la sociedad civil, eclesiástica y militar de Santiago, y en donde el prelado fue más que cariñoso con al menos un monaguillo. Kadima, a decir de los feligreses, es un santo. Lo que publica la prensa respecto de supuestos abusos sexuales del cura serían sólo habladurías mal intencionadas porque el diablo metió la cola.
Piñera, el presidente, posee muchos recursos económicos, razón demás para pensar que luego de la operación tendría la posibilidad de usar, según la ocasión, rostros recambiables en distintos tonos. Estaría en condiciones de ir a los partidos de Universidad de Chile con su piel más azulina; a las reuniones de la directiva de Blanco y Negro con un estilo garrero; reunirse con micro y pequeños empresarios con una cara tiznada por el carbón lotino e, inclusive, con una gota de sudor adherida permanentemente a la frente, ad hoc con su discurso de esfuerzo y trabajo pues, al igual que el resto de millones de compatriotas, plantea a viva voz que empezó de cero.
El presidente, sin que nadie pudiese contrariarlo, aparecería en las oficinas de Lan o en los estudios de Chilevisión o en cualquiera de las empresas que dirige ostentando cada vez una cara nueva y fresca. Sobre todo fresca.
Sergio Bitar podría fácilmente imitar algunos rasgos de Dorian Grey, al igual que el ex presidente Aylwin, o Eduardo Frei y tantos otros senadores, diputados, alcaldes y alcaldesas, como es el caso de Virginia Reginato, edil de Viña del Mar, quien rindió en 4 horas todos los exámenes de parte de su educación básica y la educación media completita a la par que satanizaba a los “pinguinos” que desfilaban por las calles de nuestro país exigiendo más recursos y mejor calidad a la educación pública.
Evidentemente que algunos ya no podrán acceder a la posibilidad de un nuevo look pues ya pasaron a mejor vida. Pinochet se salvó. O nos salvamos nosotros.
La mayoría de quienes detentaron el poder desde la Concertación y ocuparon atractivos y rentables cargos por más de 20 años estarían en lista de espera para una intervención quirúrgica. Algunos para pasar piola y obtener algún puestecito durante el mandato del presidente-empresario; otros, reservándose para 2014, si es que el péndulo se inclina hacia la izquierda, centro-izquierda o lo que quede de eso que llaman progresismo.
Existen también quienes, pese a los avances médicos, jamás podrán contar con un rostro nuevo: esos son los caraduras y los carepalo, pues está tan pegado a su esencia ese rostro que ni los más eximios cirujanos plásticos abocados al tema podrían hacer algo. Están – y estamos- condenados a contar con su eterna presencia. A esos, ni de vergüenza se les cae la cara.
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