viernes, 15 de octubre de 2010

Nobleza obliga

Y la alegría llegó, pero no tiene nada que ver con la promesa, en buena parte incumplida, de la Concertación, sino con el rescate de los 33 mineros atrapados en la mina San José y también con el término de la huelga de hambre que protagonizaron comuneros mapuches en distintos penales del país. En el primero de los casos, los ojos de millones de personas tanto en Chile como en el extranjero estuvieron pendientes del desarrollo de los acontecimientos, y muchas lágrimas de felicidad fueron derramadas. En el segundo, solamente quienes estaban directamente involucrados, sus familiares, amigos y gente más comprometida con la causa, experimentaron un alivio y sentimientos encontrados, pues la solución real aún está por llegar, o la alegría definitiva de que se haga justicia.

Como sea, el país dio muestras de responsabilidad ante una tragedia que pudo evitarse, de existir condiciones laborales dignas. Y allí el gobierno, el Congreso Nacional, ministerio del Trabajo, la empresa privada, sindicatos y otras instituciones, tienen mucho que aprender y mejorar.

En los últimos meses, Chile cambió de gobierno, se vio afectado por desastres naturales de envergadura, la huelga de hambre y el caso de Copiapó, y de todos esos episodios, salió airoso. Por un tema coyuntural, fue el primer gobierno de derecha, tras la dictadura, el responsable de hallar soluciones, y lo hizo con decoro.

Desde un principio, tanto el presidente Piñera como su ministro de Minería, Golborne, se impusieron el desafío de rescatar con vida a los trabajadores atrapados a 700 metros de profundidad. Apoyados por empresas privadas y estatales, no escatimaron recursos en ese desafío. La pregunta podría ser si alguno de los gobiernos de la Concertación hubiese actuado con tal prontitud, eficiencia y eficacia, y si determinadas instituciones y la empresa privada hubiesen tenido igual disposición como la tuvo con Piñera.

En ese contexto, cabe recordar que mientras el quinto mayor terremoto registrado en la historia de la humanidad causaba estragos y la presidenta Bachelet se reunía con asesores más cercanos en la Onemi, no llegaron helicópteros, ni los pilotos; tampoco el representante de la Armada de Chile, institución que, además, erró en las informaciones transmitidas respecto del posterior maremoto; ni la empresa privada se puso de inmediato a disposición, más bien bajaron las cortinas precaviendo saqueos y asaltos.

Y como los chilenos siempre vemos bajo el agua, hilamos fino o buscamos la quinta pata del gato debido a que, históricamente, nos hemos sentido engañados por los poderosos, tenemos el derecho de hacernos esa y otras preguntas; de desconfiar.

La Concertación, teniendo las herramientas durante dos décadas, no se esforzó por cambiar la Constitución Política: sólo hubo retoques y maquillajes, y en el caso de los comuneros mapuches, sí aplicó la ley antiterrorista, heredada de la dictadura, y carga en su conciencia con la muerte de Matías Catrileo y Alex Lemún, además de familias completas y activistas encausadas y/o encarceladas.

Uno puede estar de acuerdo o no con el gobierno. Puede haber votado por la colición derrotada en las últimas elecciones o haber anulado el voto, pero no dejar de reconocer que en Chile, si todos nos confabulamos para alcanzar metas positivas, podemos lograrlo. Y no me refiero a la Teletón, cuyo derroche de sentimentalismo y emocionalidad nubla a veces la razón y el juicio acerca del porqué de su existencia, ya que en un país moderno y en una sociedad justa, es responsabilidad del Estado velar por los más débiles, y no de dádivas privadas.

Luego de la catarsis colectiva que involucró a más de mil millones de seres humanos alrededor de todo el planeta gracias a la tecnología que permite una comunicación en tiempo real, debiese venir la pausa reflexiva. Sin embargo, temo que el cálculo erróneo y la sobreexposición mediática son la tentación de muchos asesores de palacio, y del propio presidente, y eso habla mal de quien representa a un país entero más allá de hechos puntuales.

El presidente y varios de sus ministros hicieron bien la pega, de ello no hay duda, y han sabido aprovechar los 15 minutos de fama, pero ésta es efímera y no debe sobrepasar tareas de Estado.

Los mineros rescatados deben simbolizar no sólo la valentía, perseverancia y sentido de unidad en la tragedia, sino que también la dignidad de quienes, con su esfuerzo diario, crean riqueza pero viven en pésimas condiciones, y ese ejemplo puede ser una base, tan sólida como la roca que casi les quita la vida, donde asentar un nuevo trato entre empresarios y trabajadores. Esa oportunidad no debe ser desaprovechada en aras de una farandulización que la televisión chilena bien supo capitalizar, dejando una vez más en claro que el periodismo criollo deja mucho que desear.

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1 comentario:

Evangelion70 dijo...

Excelente comentario.
Sin ser extremista, pero con la verdad.