miércoles, 6 de octubre de 2010

Derecho a voto de chilenos en el extranjero

La agenda legislativa del gobierno incluyó, entre otras propuestas, inscripción automática y voto voluntario, además de derecho a voto para chilenos y chilenas que residan fuera del territorio nacional, tema que con toda seguridad generará un extenso debate tanto a nivel local como entre aquellas personas nacidas en Chile pero que viven en otras latitudes o bien, entre quienes habiendo nacido en otros países se sienten, en parte al menos, chilenos o chilenas.

Porque según lo señalado por el presidente de la República y apoyado fervientemente por la Udi y amplios sectores de la derecha, no todos ameritarían sufragar, desde el exterior, en elecciones nacionales.

El problema radicaría en la “vinculación” que pudiesen tener o no esas personas con Chile. Lo que no se especifica es el tipo de ligazón, y ahí está el nudo.

¿Qué criterios aplicará el gobierno respecto de esos casos?

Ya que estamos ad portas del mundial de fútbol, podríamos deducir que el piñerismo no tendrá dificultad en otorgar la posibilidad del derecho a voto a miles y miles de connacionales que, durante el pasado mundial de fútbol, llenaron de colores y banderas chilenas los estadios donde iba La Roja; o la Sub 20, o la Sub 17. Ciertamente que tanto Sebastián Piñera –que milita, futbolísticamente hablando, tanto en Universidad de Chile como en Colo Colo- así como otros connotados dirigentes de Rn y la Udi, civiles y militares, aplaudieron, con el corazón henchido, la presencia nacional en esas arenas deportivas.

Cuando Francia fue sede del mundial, por las carreteras europeas, desde las nórdicas Suecia y Noruega, o de la soleada Andalucía o el Madrid del Xotis, en los buses repletos de chilenos radicados en algunas de esas ciudades y países, se oían los cehacheiiiiiii con más fuerza que nunca, y los enviados especiales de los canales de televisión celebraban la “marea roja”, y un Carcuro emocionado hablaba de la chilenidad que rebasaba las expectativas, al igual que un Solabarrieta al borde del colapso emocional, y Jorge Hevia, que ayudaba, ora en la cocina, con Coco Pacheco, ora en los comentarios. En castellano nomás, porque las lenguas extranjeras no son su fuerte ni el de varios de sus acompañantes.

Y Don Francisco, tal vez uno de los chilenos que más ha viajado –por trabajo o placer- también destaca desde Miami o Rangoon, Bangkok o Milán, que los chilenos “patiperros” están en cada plaza, calle y barrio del mundo. Esos chilenos y chilenas, si de esos comentaristas, cocineros, animadores, locutores y pintamonos televisivos se tratara, podrían votar; aunque dudo que Pedro Carcuro abra la boca en defensa del derecho a sufragio de esos peloteros internacionales. O Hevia. O Don Francisco, a quien también se le humedecen los ojos cuando recibe las jugosas dádivas de los chilenos-extranjeros para la Teletón.

¿Qué otra manera podría definirse como vinculante?

Cada 18 de septiembre, aunque no es día de fiesta en Roma ni Estocolmo, Mendoza o Sydney, el aire se llena de olor a empanadas y asado, y la Cueca suena a decibeles que, muchas veces, molesta a vecinos y transeúntes, pero allí hay un pedazo de este país, y los suecos o australianos, mendocinos o romanos, baten palmas y participan, y la alegría del momento, así como sus apellidos y hábitos se mezclan con los de los Pérez, los Gonzáles, los Fernández y los Machuca, que visten orgullosos sombreros de huaso e izan la Tricolor. Y así en año nuevo y Navidad, cuando se saturan en Chile las líneas telefónicas, y a las abuelitas se le presentan los primeros balbuceos y “agús” de sus nietos y bisnietos lejanos.

Esos compatriotas, a juicio del chauvinismo criollo, tampoco debiesen estar impedidos de ejercer tan importante derecho, pues comparten lo mejor de nuestra cultura culinaria y social con los ciudadanos del país que les brindó cobijo.

Y si de economía y religión se trata, ya que estamos bajo un gobierno dirigido por ingenieros comerciales, banqueros y empresarios egresados de la Universidad Católica,no debemos dejar de lado que muchos millones de dólares han engrosado las bóvedas de bancos nacionales y bolsillos privados debido a las remesas que, mes a mes, por más de 3 décadas, chilenos que viven en Europa, Asia, Africa, Oceanía o países de América envían a sus familiares en Chile; en tanto que la Europa atea y luterana ha visto incrementada la cuota de fieles católicos y evangélicos gracias al aporte en creyentes de nuestro país.

Cuando Sebastián Piñera, junto a algunos de sus asesores llegó a la conclusión que incluir en la agenda legislativa la posibilidad del derecho a voto para los chilenos “de afuera”, tal vez no imaginó que miles de ellos han visto pasar por su ventana muchos veranos e inviernos; que han sepultado a parientes y amigos bajo la nieve y el frío Escandinavo o el quemante sol de Bucarest o Tel Aviv. Que esos chilenos y chilenas, pese a envejecer lejos del terruño, conservan vívidos aromas, recuerdos y sensaciones; y que muchos, por años también, vivieron con una maleta a medio hacer detrás de la puerta; por si se daba el retorno, hasta que la salud comenzó a flaquear, o los nietos que allí crecían empezaron a dar sus primeros pasos, o la seguridad económica que su propio país les negó, la tenían a vuelta de correo tras años de fregar pisos, lavar platos, cuidar enfermos ajenos o dictar clases en alguna universidad de nombre extraño.

Y están quienes, lisa y llanamente, no podían o no pueden volver: son aquellos que salieron rumbo a un exilio incierto luego del golpe propiciado por la misma mentalidad que hoy pretende estudiar si les confiere la calidad de ciudadanos y ciudadanas para expresar, mediante las urnas, su opinión. Y esos otros que, en años recientes, fueron forzados a optar entre penas de cárcel prolongadas o extrañamiento, y que hoy miran a Chile desde una ventanita en Helsinski o Bruselas, Buenos Aires o Uppsala.

Desde tiempos inmemoriales, el ser humano inventó una manera de humillar, violentar, doblegar el espíritu, hacer invisible a otros seres humanos, a través del ostracismo, que en Argentina y Uruguay es diáspora; en Brasil, saudade –pues así sienten la lejanía- en otros países desarraigo o exilio, y todos quienes lo han vivido saben que es una herida en los más profundo del alma, cuyas huellas jamás se borran.

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