martes, 5 de mayo de 2009

Racismo y desempleo en Europa: la cara fea en el viejo continente

Durante años, a muchos en Chile les gustaba que les llamaran los "ingleses de América", como si ello fuese un título honorífico, un reconocimiento a una identidad no mestiza, más bien anglosajona; culta, educada, comedida y altamente segmentada en clase sociales, alcurnia y vinosos apellidos. Con el pasar de los años, y al darnos cuenta que no éramos ni eso ni jaguares, término acuñado en relación a los años de crecimiento macroeconómico, y con el auge de movimientos sociales organizados que comenzaron a exigir sus derechos, impulsados, en parte, por jóvenes estudiantes, trabajadores subcontratistas, pescadores artesanales y otros gremios, nos enteramos que la etnia Mapuche también formaba parte de nuestra raiz e idiosincracia, y otros grupos pujaban por reclamar lo suyo. Paralelamente con lo anterior, en Bolivia, una nueva Constitución Política reconocía derechos ancestrales de pueblos originarios; en Venezuela se hablaba del espíritu Bolivariano, en Paraguay y Ecuador, además de Brasil y Uruguay, se perfilaban gobiernos que, en mayor o menor medida, abogaban por la defensa de sus respectivas culturas, derecho a sus recursos naturales y profundización de incipientes democracias.
En tanto, en Chile, un dictador como salido de una novela de García Márquez aguardaba la muerte oculto en el hospital militar, lejos del largo brazo de la justicia y con cada vez menos visitas de parte de aquellos civiles que se enriquecieron durante su mandato. América Latina enfilaba hacia nuevos rumbos, y el rostro de la añosa Europa se torcía en una mueca feroz que tantas otras veces hemos visto: el histórico racismo blanco se vestía de partidos políticos, gobiernos e instituciones en la misma medida que frágiles embarcaciones repletas de hambrientos, venidos principalmente de Africa, arribaban a las costas italianas y españolas en busca de las migajas que despreciaba la sociedad de bienestar del otro lado del Atlántico, el "charco", como le llaman los ibéricos.
Hoy, con una crisis financiera internacional, millones de desempleados en el viejo continente, la amenaza de una crisis sanitaria absolutamente exagerada y el temor de empresas trasnacionales con oficinas centrales en Berlín, Madrid o París, de perder sus inversiones en América Latina, Asia y Africa, la xenofobia apunta sus dardos a los inmigrantes, muchos de ellos chilenos que, indocumentados o no, deambulan en esos países en busca de vivienda, empleo, educación y una mejor calidad de vida. En Italia, Berlusconi niega la nacionalidad a personas nacidas en su territorio pero de origen árabe, africano o latino; en la educada Inglaterra, movimientos de trabajadores y sindicatos claman por el derecho al trabajo para los ingleses, en la ex Unión Soviética, símbolo de la solidaridad internacional del proletariado mundial, los neonazis realizan barridas causando muerte y destrucción en barriadas habitadas por extranjeros e inmigrantes y, en Austria y Suiza, íconos de la tolerancia, neutralidad, bienestar económico y paz social, amén de abultadas cuentas bancarias de dudoso origen, los ultranacionalistas ganan terreno después de medio siglo de inexistencia pública.
Europa para los europeos....blancos, parece ser la consigna, y patrullas policiales cazan "sin papeles" en calles, bares y estaciones de Metro, muchos de los cuales son internados por meses en campamentos con resguardo militar previo a su expulsión o repatriación.
Este fenómeno, cuyos alcances aún no se dimensionan en Chile y otros países, tendrá efectos violentos en sociedades europeas habituadas por décadas a la tranquilidad económica y, por ende, social, pues sus comunidades culpan de tanta desgracia a quienes ven como intrusos: los inmigrantes.
En los próximos años, Europa demostrará que así como lo fue en épocas pretéritas, sus democracias se sustentan en la estabilidad económica, priorizando ésta a la igualdad, fraternidad y solidaridad de que tanto se ufanan.
La diferencia está en que la masa inmigrante en ese continente es cada vez más poderosa y organizada, y lo más probable es que reaccione ante las deportacions masivas con grados de violencia nunca vistos, salvo que líderes de opinión, políticos, académicos y medios de comunicación, así como los respectivos gobiernos, asuman que el chivo expiatorio de hoy, el inmigrante, no reemplace al judío, el gitano o el disidente de ayer, con las consecuencias que todos conocemos.

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