martes, 7 de diciembre de 2010

Reflexiones de un adolescente de 60 años


Reflexiones de un adolescente de 60 años

La campaña de “información” del gobierno respecto del contagio del Vih, además de excluyente, prejuiciosa, moralizadora y pacata, me llevó a reflexionar acerca de varios aspectos del diario vivir de la juventud actual. En primer lugar, poner a un par de ancianos que mueren infartados luego de una vida juntos, con globitos, chaya y trompetas incluidas, me pareció patético; no sólo por el mensaje de la pareja única y la fidelidad, sino también porque los viejitos, supuestamente, ya se la habían gozado todo, aunque a juzgar por la inexpereincia sexual de ambos, tal vez lo más recurrente fue la posición del misionero, cucharitas, un, dos , tres o qué se yo. Por otro lado, si consideramos que en Chile y América Latina en general la población entre 15 y 29 años de edad es mayoritaria, y es en esa edad donde se conoce, experimenta y disfruta la sexualidad, tal segmento apenas fue considerado.

Desde que el mundo es mundo, y un poquito antes, la sexualidad juega un rol determinante en la raza humana y entre los animales, y tanto los delfines como algunas especies de micos no la usan exclusivamente para reproducirse, sin mencionar al cerdo, que prolonga el éxtasis por más de media hora. ¡Bien por el chanchito!

Pero volviendo a la juventud y la adolescencia –“enfermedad”, según algunos idiotas, que se cura con los años- pocas veces a lo largo de la historia ese grupo de ciudadanos y ciudadanas ha estado más expuesto a distintos tipos de represión, muchas veces por el hecho de ser jóvenes, vestirse de determinada manera, pensar, debatir o manifestarse sin “respetar” los rígidos cánones impuestos por la autoridad gubernamental, eclesiástica o policial. Es triste ser joven por estos días, aunque es precisamente esa rebeldía la que les permite aguantar, reirse y amar.

En Chile, un número importante de adolescentes y jóvenes están en la mira de los cuerpos represivos. Algunos presos, imputados de cargos sin demasiado sustento jurídico, como es el “caso bombas” y weichafes Mapuche, además de los Rapa Nui baleados en su tierra ancestral por fuerzas  especiales de Carabineros.  Otro joven, de origen pakistaní, fue encarcelado bajo la Ley Antiterrorista, acusado de portar trazas de tetryl en su ropa y teléfono celular. Los medios de comunicación “oficiales” festinaron con su arresto y hoy, cuando Saif Khan, el presunto terrorista islámico, fue dejado en libertad por falta de pruebas, quienes lo acusaron, el ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, fiscales y policías, callan, no ofrecen disculpas y evitan referirse al tema. Tampoco los diarios y canales de televisión que mostraban a un “presunto terrorista”cuya imagen internacional y sus planes de vivir una vida normal fue destruida para siempre, hacen un Mea Culpa.

Juventud es sinónimo de peligro, de amenaza; en particular si son deslenguados, se rapan el cabello o llevan un “mohicano” o “mohica” por peinado. ¡Ni pensar en vestirse de negro!, o son rockeros, o anarquistas, o punkies antisistémicos.

Evitar el alcohol reemplazándolo por un “pito” de marihuana es un delito aún mayor: microtráfico se llama, y es penado con cárcel. Tal vez si las omnipresentes autoridades de Conace o del ministerio del Interior, o las policías se reunieran y acordaran permitir por un fin de semana el uso de marihuana en lugar de alcohol en plazas, calles y parques, apuesto a que el índice de violencia y delitos se reduciría notablemente; los narcos no obtendrían ganancias y los accidentes de tránsito disminuirían, sin contar con queel aroma de las avenidas invitaría a pensar en la Janis Joplin, los Beatles o Creedence (¿se escribe así); las policías tendrían menos trabajo y podrían destinar tiempo y recursos a cazar delincuentes de verdad, muchos de traje y corbata.

Quien no haya traspasado la barrera de los 30 años, sabe que puede ser objeto de una detención por sospecha sin siquiera haber cometido ilícito alguno, pasar una noche en la celda o enfrentar a los tribunales por el hecho de beber una lata de cerveza en la calle o portar 3 gramos de Cannabis. Eso molesta, frustra y hace que esa persona acumule rabia contra la sociedad y sus autoridades.

Como yo pasé hace rato el umbral de los treinta y más bien me acerco al de los 60, pero mi espíritu se mantiene casi intacto, pienso en el cambio climático y sus devastadoras consecuencias;  me pongo en el lugar de los más jóvenes, y se me ocurren cosas, entre otras, buscar una piedra del tamaño de la que casi sepulta por siempre a los mineros explotados de San José, hoy convertidos en héroes planetarios, y lanzarla en contra de multinacionales, consorcios periodísticos, la banca mundial, las fábricas de armas, los cuarteles de los señores de la guerra, las flotas pesqueras que destruyen el mar, los dogmas religiosos que dividen a la gente entre pecadores y no pecadores y los políticos, que desunen a los pueblos. Y también, en contra de quienes pretenden que no goce mi sexualidad como me dé la real gana, con quien yo quiera, como quiera y cuando quiera.

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