En su
columna de El Mercurio de fecha de hoy, 30 de mayo, el escritor Roberto Ampuero
se refiere a la “novísima religión” o “el poder de la calle y las redes
sociales”, las que representarían una amenaza para la estabilidad democrática
del país, insinuando que desde fines de los años sesenta, una situación similar
derivó en el golpe del 11 de Septiembre de 1973, con las consecuencias ya
conocidas. Ampuero, cuyo deambular político desde la izquierda hasta anclar en
la centroderecha piñerista, es un reconocido escritor, pero de analista
político tiene poco.
En
primer lugar, se refiere a las supuestas amenazas que se ciernen sobre la
“exitosa construcción democrática obtenida mediante el diálogo, la negociación
y la conciliación”. Desconozco cuáles son los parámetros del novelista, pero a
todas luces la institucionalidad chilena poco tiene de democrática cuando se
rige por un sistema binominal heredado de la dictadura de Pinochet y cuyo
ideólogo fue Jaime Guzmán; no permite una representación de las distintas
sensibilidades sociales y políticas y define, entre cuatro paredes, la
repartición de cargos públicos bien rentados y que pueden ostentarse por
décadas. En cuanto a negociación y conciliación, es justamente ese tipo de
praxis la que exaspera a buena parte de la ciudadanía, en especial a los más
jóvenes, quienes están hastiados de una forma de hacer política a espaldas del
electorado, que ni participa ni ve reflejadas sus aspiraciones tras cada
elección.
En lo
que respecta a otra de las afirmaciones de Ampuero, “logramos unanimidad
transversal para condenar violaciones a los derechos humanos”, sobra cualquier
comentario. Desde 1990, con ex comandantes en jefe de alguna de las ramas de
las fuerzas armadas y carabineros en calidad de senadores designados, así como
de ex funcionarios de la dictadura y hasta con el mismísimo Pinochet en la Cámara Alta, poco o nada puede
avalar tal argumento. Hoy en día, miembros del actual gobierno, parlamentarios
de la Udi y Rn,
cuyo pasado los vincula directamente con los 17 años de terror, utilizan
eufemismos, cuando no plantean abiertamente –Moreira, Matthei y otros- su
nostalgia por los años en que miles de chilenos y chilenas eran perseguidos,
hechos desaparecer, torturados o exiliados. Esa “transversalidad”, estimado
Roberto, obedece a oportunismo político o palabras de buena crianza, pero no me
cabe duda que, ante una nueva crisis política, esos mismos rostros volverían a
alinearse detrás de golpistas de civil y uniforme.
Finalmente,
el autor de la columna en comento se contradice al señalar que “urge promover
desde la educación básica y media una cultura política que sea crítica”,
planteamiento que se estrella contra el muro de intransigencia erigido por el
sector político-económico que lo representa, el mismo que, en educación, vuelve
la espalda a miles de estudiantes y familias que claman por una educación
pública gratuita y de calidad, con énfasis en formación cívica, filosofía,
historia y artes, prácticamente erradicadas de textos escolares.
Difícilmente,
Roberto, existirá masa crítica en un país-laboratorio del neoliberalismo a
ultranza que sacrifica valores esenciales en el altar del consumismo; un país
donde la banalidad se expone a diario en una televisión chabacana, en el cual
muchas personas desearían disfrutar de tus libros pero nadie les enseñó que la
magia que regalan es mejor que la basura de las teleseries y la farándula, sin
considerar el costo de libros afectos al IVA, en un Chile donde sobre el 70 por
ciento de los trabajadores gana menos de 250 mil pesos al mes pero sus niveles
de endeudamiento son similares a los de Estados Unidos.
1 comentario:
A pesar de vivir en los departamentos en buenos aires, estuve varias veces en Chile y deje varios amigos allí y por eso me gusta tener en claro la situación actual de dicho país. Ojala que pueda regresar este año e ir a las montañas que hay allí
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